Demuestran
los tratados de Aristóteles acerca de la metafísica, física, ética, biología,
política, retórica…la heterogeneidad de sus estudios, que me ha permitido elegir un tema que realmente me gusta, la astronomía, a tratar en esta entrada.
Cabe
destacar la importancia de la teoría astronómica aristotélica ya que perduró
hasta el siglo XVI cuando Copérnico cambió el concepto e introdujo una serie de paradigmas, concibiendo el
Sol como centro del universo. Aristóteles sostuvo un cosmos esférico y finito
regido por un sistema geocéntrico, en el cual la Tierra se situaba en el centro
mientras que el resto de los astros giraban alrededor de ella. El movimiento de
los astros coincide con la noción de aquel movimiento exigido para la
posibilidad del tiempo como serie uniforme e infinita de los “ahora”. Esta
última afirmación tiene una explicación:
Según Aristóteles, el
tiempo es algo propio del movimiento: decimos que hay tiempo porque
distinguimos entre un “antes” y un “después” distinto (si no hay un antes y un
después distintos, es decir, si no hay cambio, no tendría sentido hablar de
tiempo). Aristóteles llega a entender el tiempo como una serie uniforme
(infinita) de los “ahora”. Pensó entonces que debía existir un movimiento que
respondiese a esas características del tiempo:
1- Un movimiento que sea continuo, esto
es: indefinidamente divisible, que puedan señalarse en él infinitas posiciones
intermedias.
2- Que de todas esas infinitas soluciones
que pueden señalarse, ninguna esté especialmente señalada como suya (es decir,
propia de ese movimiento). En la seria de los “ahora” todos los “ahora” son
iguales, aunque lo que “ahora” es sea en cada caso distinto.
3- Tampoco puede haber un “comienzo” ni un
“final” de ese movimiento. El “instante inicial” y el “instante final tendían
que ser –según el punto 2- tan instantes (tan “ahora”) como los demás, y todo
“ahora” es el límite entre un “antes” y un “después”, de modo que lo de
“instante inicial” e “instante final” carece de sentido.
Así pues, estas
condiciones sólo las cumple el movimiento circular. De un modo más sencillo, en
el movimiento circular todas las posiciones son iguales; todos los puntos son comienzo y final y absolutamente igual al
resto. El movimiento circular es el único que, por su propia naturaleza,
excluye toda cualificación de las posiciones
Los
griegos habían analizado geométricamente los movimientos de los astros
visibles. Tomando la Tierra como punto fijo,
encontraban que las trayectorias de los astros son circulares o son
composición de movimientos circulares. La Tierra, a la que Aristóteles
sitúa en el centro del Cosmos, es
también el elemento “tierra”. En efecto, para él, los cuatro elementos se
disponen según sus lugares propios en esferas concéntricas (de abajo a arriba:
tierra, agua, aire, fuego) toda ellas por debajo de la esfera de la luna. Se
trata de los elementos del mundo sub-lunar (donde tiene lugar la corrupción y
el movimiento rectilíneo). El filósofo considera de acuerdo con lo que ve, que
en los astros no hay otro movimiento que el cambio circular de lugar. No nacen
ni perecen, como los elementos del mundo sublunar, sino que están constituidos
de un quinto elemento, que no se mezcla con los demás ni se transforma en otra
cosa; el éter.
Finalmente,
siguiendo el razonamiento anterior, he llegado a la conclusión de que el tiempo
según Aristóteles se mide respecto al movimiento de los astros, el movimiento
circular. Con un ejemplo del filósofo se comprende mejor: el cielo no da una
vuelta en un día o el Sol una vuelta en un año, sino que “un día” es por la
vuelta del cielo y “un año” es por la vuelta del Sol. Así pues...
“No es
accidental que midamos el tiempo por la posición de los astros”.